domingo, 30 de diciembre de 2007

Los juicios del 2008

LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL TERRORISMO DE ESTADO

Tres debates orales y públicos ya tienen fecha de inicio. Querellantes y fiscales esperan que haya una cantidad significativa de condenas a represores y que se logre ordenar las causas.

Por Diego Martínez
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El represor Carlos Gallone abraza a una Madre de Plaza de Mayo.

Luego de cuatro condenas esporádicas y otra frustrada por un envenenamiento imprevisto, 2008 será el primer año con una cantidad significativa de juicios por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura. Si bien sólo tres causas tienen fecha confirmada, querellantes y fiscales coinciden en que sus esfuerzos se traducirán en los próximos meses en debates orales y públicos en todo el país. La mayor incógnita sigue siendo quién y cómo resolverá el atolladero de expedientes paradigmáticos radicados en el Tribunal Oral Federal 5. De no surgir una directiva de la Corte Suprema de Justicia que reasigne una de las dos megacausas que tiene asignadas –ESMA o Cuerpo I de Ejército– el comienzo de varios juicios se postergará de manera inevitable hasta 2010, con el riesgo evidente de que más imputados queden en el camino.

Desde la reapertura generalizada de investigaciones en 2003, cuando el Congreso anuló las leyes de impunidad, hubo cinco juicios. En 2006 fueron condenados dos policías emblemáticos del Estado terrorista: Miguel Etchecolatz y Julio Simón. En 2007 el panorama se diversificó, incluyó por primera vez a un sacerdote de la Iglesia Católica, el capellán Cristian von Wernich (segunda condena en La Plata) y a un grupo de coroneles del Batallón de Inteligencia 601. La muerte por envenenamiento en su prisión VIP salvó al prefecto Héctor Febres de escuchar una condena inexorable.

Si bien la Justicia instruyó y elevó más de veinte causas, sólo tres tienen fecha confirmada:

- El 5 de febrero el Tribunal Oral Federal de Corrientes comenzará a juzgar a los responsables del Regimiento de Infantería 9 por quince secuestros y desapariciones forzadas. Será el primer juicio oral del interior del país, con más de 40 testigos. Rendirán cuentas el ex comandante de la Brigada de Infantería VII general Cristino Nicolaides, su jefe de inteligencia capitán Juan Carlos Demarchi (próspero ganadero, miembro de la Sociedad Rural), los coroneles Horacio Losito (agregado militar en Italia hasta su detención) y Rafael Manuel Barreiro, el suboficial Carlos Roberto Piriz y el gendarme Raúl Alfredo Reynoso. Salvo Nicolaides, con domiciliaria, y Reynoso, en Marcos Paz, el resto aguardará en el Instituto Penal de Campo de Mayo.

- El 19 de febrero el TOF5 comenzará a juzgar al capitán Enrique José Berthier y al matrimonio de civiles compuesto por Osvaldo Rivas y María Cristina Gómez Pinto por la sustracción de la menor María Eugenia Sampallo, primera nieta recuperada por Abuelas de Plaza de Mayo que querella a sus apropiadores. Berthier también espera en Campo de Mayo.

- El 29 de abril otra vez el TOF5 juzgará a los oficiales de la Policía Federal Carlos Gallone, Juan Carlos Lapuyole y Miguel Angel Timarchi por la masacre de Fátima, un desprendimiento de “Cuerpo I”. El 20 de agosto de 1976 veinte hombres y diez mujeres fueron trasladados hasta un camino vecinal cercano a la localidad de Fátima, donde los vendaron y fusilaron. Luego apilaron y dinamitaron sus cuerpos. La mayor parte de los 16 identificados estuvieron secuestrados en Coordinación Federal, donde prestaban servicio los imputados. Durante la instrucción murió impune el comisario Carlos Vicente Marcote. Continúa prófugo Luis Alberto Martínez.

El embudo

Sinónimo de iconos del genocidio como Alfredo Astiz o el Tigre Acosta, la ESMA es el centro clandestino con mayor cantidad de represores identificados: más de setenta. Durante los cuatro años transcurridos desde septiembre de 2003, cuando la Cámara Federal resolvió su reapertura, el juez federal Sergio Torres dividió la investigación por años y elevó causas de imputados puntuales como Febres, Adolfo Donda o Juan “Jeringa” Barrionuevo, o bien por hechos específicos como la muerte del escritor Rodolfo Walsh, la desaparición de las monjas francesas y las Madres secuestradas en la iglesia Santa Cruz, o el robo de bienes a los cautivos.

“El juez avanza por año, va por 1977 y eleva causas menores. Es improbable que alguna llegue a juicio en 2008 sin una decisión superior que reorganice el expediente y redistribuya las causas del TOF5”, lamenta Mirna Goransky, fiscal general adjunta de la Procuración General de la Nación asignada a la megacausa ESMA. “Antes del comienzo del juicio a Febres presentamos una propuesta ante la Corte Suprema para que en uso de sus facultades de superintendencia unifique causas y las distribuya de otra manera. No tuvimos respuesta. Ahora, junto con las querellas, estamos pensando cómo reeditar el reclamo”, advierte. “No creo que sea posible un solo juicio por ESMA pero sí se podría unificar varias investigaciones elevadas con ‘Testimonios A’ (nombre de la causa cerrada en 1987), que tiene diez imputados por más de 70 hechos”, concluye.

En principio los primeros delitos cometidos en la ESMA en llegar a juicio serían los robos de bebés nacidos en cautiverio. De las 34 sustracciones, ocultamientos y sustituciones de identidad que integran la causa “Plan Sistemático”, doce se produjeron en la ESMA. Por sorteo le corresponde intervenir al TOF 6. Los imputados son Cristino Nicolaides, Reynaldo Benito Bignone, Santiago Omar Riveros y Rubén Franco, todos de Ejército, más los marinos Antonio Vañek y Jorge Acosta.

La instrucción de la megacausa “Cuerpo I”, a cargo del juez Daniel Rafecas, se organizó por centros clandestinos y por hechos significativos como la masacre de Fátima. En octubre de 2005 Rafecas elevó por separado las acusaciones contra un grupo de represores procesados en los ’80 e impunes por las leyes alfonsinistas: César Miguel Comes, Hipólito Rafael Mariani, Pedro Durán Sáenz, Héctor Rubén Gamen y Pedro Alberto Barda. Aún esperan su turno en el abarrotado TOF5.

Por la relación jerárquica entre los imputados y la comunidad de casos y pruebas, es probable que se unifique el juicio al comandante de la subzona Capital Federal, general Jorge Olivera Róvere, con los jefes de área que ejecutaban sus órdenes: Teófilo Saa, Felipe Jorge Alespeiti, Humberto José Lobaiza y Bernardo José Menéndez. Lo improbable es que el dueño de vidas y muertes porteñas cumpla una larga condena. Tiene 84 años.

En el TOF que condenó al “Turco Julián” y fracasó con Febres también esperan la causa conocida como “masacre de calle Belén”, contra los jefes del Batallón de Inteligencia 601 (Carlos Alberto Tepedino, Mario Gómez Arenas y Jorge Suárez Nelson), el gendarme apropiador Víctor Enrique Rei y una docena de represores de la provincia de La Pampa.

Desde la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de causas por violaciones a los derechos humanos cometidas durante el terrorismo de Estado, que en agosto difundió el primer diagnóstico estatal preciso sobre los motivos que explican la lentitud de los procesos, el fiscal Jorge Auat y el coordinador Pablo Parenti coinciden en destacar como preocupación central la acumulación en el TOF5.

“Aspiramos a que las causas parciales ya elevadas se junten, porque tienen testigos y acusados comunes. Sabemos que un juicio único es imposible, que el conocimiento de los hechos es gradual, pero trabajamos para lograr juicios representativos de lo que fue la estructura represiva. Entendemos que primero debe juzgarse lo que ya está elevado, pero tratamos de fijar pautas para ordenar los procesos de modo de llegar a juicios con la mayor cantidad de imputados y hechos posibles”, explican Parenti y Auat.

“Queremos juicios significativos, con un número elevado de imputados y de víctimas, para que sobrevivientes y testigos no tengan que seguir declarando el resto de sus días”, coincide la abogada Carolina Varsky, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). “La aceleración de los procesos es imprescindible y compete a los tres poderes del Estado”, advierte.

Tierra adentro

Entre las causas del interior del país con más chances de seguir los pasos correntinos se destaca la que investiga a los jefes de La Escuelita, el centro clandestino del Batallón 181 de Neuquén. Los querellantes estiman para marzo el juicio al general Enrique Olea, al teniente coronel Oscar Reinhold y al mayor Luis Farías Barrera.

San Luis también pinta rápida. Tres meses después de la detención del capitán Carlos Esteban Plá, la Justicia ya elevó la causa por el asesinato de Graciela Fiochetti, los secuestros, torturas y desapariciones forzadas de Pedro Ledesma y Sandro Santana Alcaraz. Los otros imputados son el coronel Miguel Angel Fernández Gez (quien denunció al obispo emérito Juan Rodolfo Laise porque le pidió hacer desaparecer a un sacerdote que pretendía casarse) y los policías puntanos Víctor Becerra, Juan Carlos Pérez y Luis Orozco. Sus abogados no apelaron los procesamientos.

En Tucumán serán juzgados los dos mayores símbolos del genocidio del Norte argentino. Antonio Domingo Bussi y Luciano Benjamín Menéndez rendirián cuentas por el secuestro, las torturas y la desaparición forzada del ex senador peronista Guillermo Vargas Aignasse. Los generales gozan de buen pasar, viven con los suyos, pero no parece razonable prolongar la espera: ya pasaron los 80 abriles.

En Rosario acaba de elevarse a juicio la causa Quinta de Funes. Los primeros militares en rendir cuentas serán el flamante condenado Pascual Guerrieri y sus lugartenientes Juan Amelong, Rubén Fariña, Eduardo Constanzo y Walter Pagano, apresado mientras escuchaba misa por el hijo del Tucu Constanzo.

Córdoba no tiene elevaciones pero las querellas confían que tendrán juicios el próximo semestre. El primero sería al general Menéndez y siete subordinados de La Perla, por los secuestros, torturas y homicidios agravados de cuatro personas –incluido Humberto Brandalisi, que da nombre a la causa– a las que asesinaron después de simular su liberación. Para mediados de año los organismos de Chaco prevén sentar ante un tribunal a los fusiladores de Margarita Belén, trasladados días pasados desde la cómoda base de La Ligura a la cárcel de Campo de Mayo. Pese a su buena cosecha de enemigos continúa prófugo el mayor Norberto Raúl Tozzo. Entre los departamentos judiciales que en los ’80 hicieron un trabajo ejemplar y hoy se resisten a juzgar a sus mayores criminales se destaca la inconmovible Bahía Blanca.

domingo, 23 de diciembre de 2007

El obispo que pidió desaparecer a un cura

EL INCREIBLE CASO DE MONSEÑOR LAISE, OBISPO DE SAN LUIS, EN LA DICTADURA

En 1976, Laise le pidió al máximo responsable militar de la provincia que se secuestrara a un sacerdote que había dejado los hábitos. Como el coronel se negó, el obispo prohibió a los curas locales que le casaran a la hija. Una historia impune que se mezcla con los casos que se van a juzgar en la provincia.

Por Diego Martínez
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El obispo Laise, cuando estaba en actividad, y el militar Carlos Plá, cuando estaba prófugo.

El obispo emérito de San Luis monseñor Juan Rodolfo Laise le encargó en 1976 al máximo responsable militar de la provincia “que hiciera desaparecer a un sacerdote, porque había dejado los hábitos y se iba a casar con una mujer”. Lo declaró ante la Justicia el destinatario del recado, el coronel (R) Miguel Angel Fernández Gez, entonces jefe del Comando de Artillería 141 y del área militar 333. No fue el único que encendió el ventilador. El capitán (R) Carlos Esteban Plá, ex subjefe de policía de San Luis sindicado como autor material del asesinato de la estudiante Graciela Fiochetti, contó que en realidad la mataron cuatro miembros de la plana mayor del comando enfrentados con Fernández Gez. Dio sus nombres y admitió que se reunió con ellos en un bar porteño mientras estaba prófugo de la Justicia. Fernández Gez lo ratificó y agregó que los acusados fueron a apretarlo a su casa. La Justicia aún no ordenó sus detenciones. Ambos militares serán juzgados en 2008 junto con tres policías puntanos por crímenes cometidos durante la última dictadura.

El coronel Fernández Gez, de 81 años, goza de arresto domiciliario. No aceptó ser entrevistado pero a pedido de Página/12 recordó ante su abogado Carlos Daniel Mercado el diálogo con Laise:

–¿Pero qué me pide, padre? ¿Se volvió loco? –reaccionó ante el recado de “hacer desaparecer” al cura descarriado.

–Entonces no tenemos más nada que hablar –concluyó Laise.

“Me negué rotundamente porque no soy un genocida. Ni siquiera permití que me dijera el nombre del sacerdote”, declaró ante la Justicia.

Como represalia por la negativa, Laise prohibió a los curas de la diócesis casar a la hija del militar. La ceremonia se realizó en la iglesia de Santo Domingo, frente a la gobernación, pero con un cura que viajó especialmente desde Río Cuarto a pedido de la esposa del coronel.

Laise fue obispo de San Luis durante 30 años, hasta 2001. Si el juez federal Juan Esteban Maqueda decide citarlo debe dirigirse al santuario Nuestra Señora de las Gracias, en Viale Padre Pío 71013, San Gionvanni Rodondo, en Foggia, Italia. Pese a sus 81 años cumplidos, el obispo no se deja amedrentar por la tecnología: su correo electrónico es juanrodolfo@ya hoo.com.ar, aunque nunca respondió la consulta de este cronista.

Hablar o no hablar

Graciela Fiochetti fue secuestrada junto con Víctor Fernández en la madrugada del 21 de septiembre de 1976. Después de las torturas, Fernández fue liberado. Cuando la familia Fiochetti se presentó ante el capitán Plá e invocó saber que la joven estaba en su poder, el entonces subjefe de policía de San Luis ordenó volver a detener al Gringo Fernández. Lo torturaron durante 28 días.

Diez años después, el ex chofer del servicio de inteligencia de la policía Jorge Velázquez declaró que Fiochetti fue torturada y violada. Le hicieron firmar un acta de liberación, pero al día siguiente Velázquez volvió a verla en un centro clandestino. Dos noches después la llevaron junto con otro secuestrado a un descampado en Salinas del Bebedero. Plá los obligó a arrodillarse. “¿Van a hablar o no van a hablar?”, gritó. Ante el silencio, disparó a la nuca de Graciela. “No miré más”, confesó Velázquez.

Plá fue detenido en San Isidro el 26 de septiembre, después de dos años prófugo. Cercado por las pruebas y aunque nadie le apuntaba a la nuca, no dudó en hablar. Dijo que el asesinato fue ordenado por el teniente coronel Juan Carlos Moreno, jefe del Grupo de Artillería de Defensa Antiaérea (GADA) 141, y ejecutado por el teniente primero de inteligencia Horacio Angel Dana. Agregó que cuando la Justicia lo citó en 1985, el propio Dana, durante un acto militar, lamentó “el garrón que se está comiendo” y le confesó que matar a Fiochetti había sido una decisión de la plana mayor del GADA para comprometer a Fernández Gez, con quien estaban enfrentados. Incluyó entre los asesinos a los entonces tenientes coroneles Guillermo Daract, subcomandante y subjefe de área, Jerácimo Dante Quiroga, jefe de operaciones, y Raúl Benjamín López, jefe de inteligencia.

Mientras duró la impunidad, el capitán Plá olvidó el caso Fiochetti. Cuando la causa se reabrió –siempre según su relato– fue a visitar a Moreno, presidente de la Mutual de Socorros Mutuos de las Fuerzas Armadas. Días después, ya prófugo, se reunieron en un bar de Barrio Norte con Daract y Quiroga. Volvieron a verse en el estudio del abogado Mercado.

–Ustedes saben que no tengo nada que ver, busquen la forma de desvincularme –dice Plá que les solicitó.

–Chico (sic), quédate tranquilo, vamos a enfrentar las responsabilidades –asegura que respondió Moreno.

El diálogo fue en 2006. Plá aún espera, ahora entre rejas.

La visita

Fernández Gez declaró en San Luis el 3 de octubre de 2006. No bien volvió a su prisión domiciliaria en la calle Agüero recibió una visita atípica: los coroneles Moreno, Daract y Quiroga. Recién un año después, cuando Plá cayó en desgracia –ambos imputados son patrocinados por Mercado–, el coronel aportó a la causa un acta de lo conversado aquella tarde, incluidos detalles del fusilamiento.

A Salinas del Bebedero fueron sus tres visitantes más el teniente primero Horacio Dana y “otros oficiales del GADA”. Fue de madrugada, en vehículos no identificables. Cavaron fosas para enterrar a Fiochetti y a un varón, que sería Sandro Santana Alcaraz. “Moreno dirigió el fusilamiento, en el que todos dispararon sus armas. Daract y Quiroga erraron sus disparos, pero Moreno rozó el rostro de Fiochetti y fue Dana quien le dio el tiro de gracia”, escribió.

Según Fernández Gez la visita no terminó bien. “Me exigieron que asumiera mi responsabilidad por haber sido el comandante”, dijo. Les respondió que fueron hechos ilícitos que él no conocía, de los que no participó, que no autorizó ni consintió. Poco después Daract volvió a insistirle, pero el coronel se mantuvo firme.

La semana pasada el juez federal Juan Esteban Maqueda clausuró la etapa de instrucción y elevó la causa a juicio oral y público. Además de Plá y Fernández Gez serán juzgados los ex comisarios Víctor David Becerra, Juan Carlos Pérez y Luis Alberto Orozco, jefe, subjefe y encargado respectivamente de la división investigaciones de la policía provincial. Excepto Fernández Gez, los otros están presos en la cárcel de San Luis. Deberán rendir cuentas por cuatro secuestros y torturas, las desapariciones forzadas de Pedro Valentín Ledesma, Sandro Santana Alcaraz, y el homicidio de Fiochetti. Moreno, Daract, Quiroga, López y Dana aún no fueron citados a declarar. Tampoco monseñor Laise.


sábado, 22 de diciembre de 2007

Una denuncia que no fue escuchada

HABIAN ADVERTIDO SOBRE LAS CONDICIONES DE DETENCION DE FEBRES
Por Diego Martínez

Cinco meses antes de que el prefecto Héctor Febres muriera envenenado, un prefecto denunció las visitas a deshora, comilonas con los responsables de custodiarlo y banquetes junto a posibles ex represores. La información llegó a manos del secretario de derechos humanos, Eduardo Luis Duhalde, que la giró a la Justicia recién tres meses después, justo el día que los diarios consignaron que se había producido la primera audiencia del juicio. Cuando el juez federal Sergio Torres pidió un informe a Prefectura, le respondió el propio denunciado. El jefe de Zona Delta, prefecto mayor Rubén Amado Iglesias, le explicó, como era previsible, que nada anormal había en las condiciones de detención de Febres. Torres se dio por satisfecho.

A principios de julio la entonces subsecretaria de Derechos Humanos de la ciudad de Buenos Aires, María José Guembe, recibió una denuncia de un prefecto que debió servir al represor de la ESMA. Según el escrito, fechado el 26 de junio, Febres “manipula a su antojo al personal de mayor jerarquía”, recibe “visitas de familiares a cualquier horario”, organiza “banquetes junto con personas implicadas en la dictadura” y “celebra días festivos de sus descendientes”. Agrega que “son diarias las comidas que lidera y comparte con los máximos oficiales”, que “implanta órdenes a los superiores del área Delta, llegando incluso a refutar ciertas decisiones que éstos hubiese tomado” y se dirige a sus guardias “con un aire burlón, autoritario y hostil”. Por seguridad pide que se trate el caso con reserva. “No quiero ser un nuevo López”, aclara.

El 11 de julio Guembe transmitió la denuncia a su par de la nación. Le solicitó a Duhalde “colaboración” para que “tome intervención en relación a los hechos denunciados”. El titular de la secretaría, querellante en la causa, recibió la nota al día siguiente. Tres meses después, el 19 de octubre, cuando los diarios publicaron que había comenzado el juicio a Febres, Duhalde desempolvó una copia para Torres. No hizo lo propio con el Tribunal Oral Federal 5, pese a que también era responsable de garantizar la seguridad del imputado y su comparecencia ante la Justicia.

El 6 de noviembre el juez pidió a Prefectura un informe sobre las condiciones de detención de Febres. La fuerza respondió más rápido que funcionario y magistrado. Iglesias –hoy pasado a disponibilidad e investigado por la Justicia– escribió que el camarada disponía de “habitación, baño y comedor” de “características normales”, utilizaba un teléfono de la dependencia entre las 8 y las 17 y recibía visitas los miércoles, sábados y domingos de 10 a 18. Agregó que sólo lo visitaban familiares directos y su abogado, entregó ese registro con datos actualizados, aclaró que las visitas eran “identificadas y requisadas” e incluso se los controlaba “durante su estancia”. Torres tomó nota. Allí murió la denuncia, 19 días antes que Febres.

“Cuando recibimos este tipo de denuncias lo que hacemos es informar inmediatamente al juez”, dijo Luis Alen, jefe de gabinete de la Secretaría de Derechos Humanos ante la consulta de Página/12. El funcionario dijo no recordar este caso puntual.

–¿Por qué en esta oportunidad tardaron tres meses?

–Hicimos averiguaciones sobre el denunciante relativas a otra cosas: una causa en trámite sobre defraudación y un sumario administrativo.

–¿No se podría haber hecho algo más?

–No tenemos potestad para resolver sobre lugares de detención, eso corresponde al juez. Hemos pedido que todos los imputados por delitos de lesa humanidad estén en cárceles comunes y vamos a reiterarlo en todas las causas en las cuales nos hemos presentado como querellantes.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Más devotos para la misa de Von Wernich

DESPUES DE LA MUERTE DE FEBRES, 15 REPRESORES DE LA ESMA VAN A MARCOS PAZ

El juez Sergio Torres ordenó el traslado de los marinos que estaban presos en una cárcel militar de Campo de Mayo. La medida, que responde a un pedido de Abuelas, ya había sido solicitada por otros organismos de derechos humanos. En 2005, la Cámara Federal reclamó que los represores sean custodiados por penitenciarios.

Por Diego Martínez
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Alfredo Astiz y Jorge Acosta estuvieron primero en unidades de la Marina, luego en Campo de Mayo y ahora serán ubicados en Marcos Paz.

Con un cuerpo envenenado de por medio, el juez federal Sergio Torres ordenó ayer trasladar a una unidad bajo custodia del Servicio Penitenciario Federal a los oficiales de la Armada imputados por crímenes en la ESMA. El Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos tomó nota y al atardecer informó que el nuevo destino será un pabellón de la cárcel de Marcos Paz, la misma donde cumplen sus condenas Etchecolatz, Von Wernich & Cía. La medida, otro coletazo de la muerte del prefecto Héctor Febres, es reclamada por fiscales y querellantes desde la reapertura de la causa, en 2003. Los traslados terminarían de concretarse hoy mismo.

El 27 de diciembre de 2005 la sala II de la Cámara Federal le ordenó a Torres que los represores de la ESMA, dispersos en bases navales, pasaran a ser custodiados por penitenciarios. Cinco meses después, la ministra de Defensa, Nilda Garré, sugirió a los magistrados reconsiderar la decisión de enviar genocidas a los cuarteles. Todo siguió igual.

Finalmente, en julio, por iniciativa de Defensa, Torres concedió el traslado de los marinos al Instituto Penal de las Fuerzas Armadas en Campo de Mayo, bajo custodia de Gendarmería. A principios de mes, los ministerios de Defensa y de Justicia firmaron un convenio para que la custodia pase a manos del SPF, medida anunciada para el 1º de enero. Pero ante la solicitud de Abuelas de Plaza de Mayo, formulada el martes pasado, el juez decidió desandar su camino y anticiparse.

Ante el envenenamiento de Febres “se impone una nueva evaluación” sobre lugar y condiciones de detención, escribió. Subrayó su responsabilidad de proteger a los imputados “frente a posibles circunstancias que puedan poner en peligro sus vidas, salud e integridad física” y al mismo tiempo de “garantizar el sometimiento a la acción de la Justicia”, que implica entre otras cosas evitar suicidios o asesinatos.

La resolución comprende al ex jefe de inteligencia Jorge Acosta y sus lugartenientes Alfredo Astiz, Antonio Pernías, Carlos Capdevila, Juan Carlos Rolón, Alberto Eduardo González, Jorge Radice, Raúl Scheller, Adolfo Donda, Néstor Savio, Víctor Cardo, Carlos Guillermo Suárez Mason (h.), Carlos Pazo, Hugo Damario y Rogelio Martínez Pizarro.

El juez también ordenó que agentes del SPF reemplacen en la custodia de Juan Antonio Azic –internado en la Clínica San Jorge– a sus camaradas de Prefectura, y en la del marino Pablo García Velazco –en teoría en el Hospital Naval– a “aquella que tuviere en la actualidad” (sic). Para evitar sorpresas, solicitó “un constante y permanente control de salud de los detenidos”, de modo de ser informado “sobre cualquier anomalía, descompensación o deterioro en la salud”.

Según la solicitud presentada la semana pasada por Abuelas de Plaza de Mayo, la detención “en unidades dependientes de la propia fuerza que integraron o en su propio domicilio constituye claramente un privilegio y dispensa especial, estrictamente prohibida por la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas”. El escrito también fue presentado ante los jueces federales Daniel Rafecas, a cargo de la megacausa del Cuerpo I; Alberto Suárez Araujo, que investiga los crímenes en Campo de Mayo, y magistrados del interior del país.

A contramano de Torres, el Tribunal Oral Federal 5 rechazó la solicitud del fiscal Félix Crous de trasladar al capitán Enrique Berthier a una unidad del SPF. Berthier está detenido en Campo de Mayo a la espera del juicio oral por su rol en la apropiación de María Eugenia Sampallo. El TOF 5 es el mismo que –junto con Torres– tuvo bajo su responsabilidad la custodia del prefecto Héctor Febres hasta su muerte por envenenamiento.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Cuando los secretos del Batallón de Inteligencia salieron a la luz

Quiénes son los acusados y qué funciones tenían. Las tareas del Batallón que operaba en las sombras y cuyos miembros fueron los primeros dentro de las Fuerzas Armadas en ser juzgados. Los documentos del Departamento de Estado de EE.UU. que los señalan.

Por Diego Martínez
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El represor Julio Simón, conocido como El Turco Julián, fue agente de Inteligencia.

A la mayor parte de los militares condenados ayer por el juez federal Ariel Lijo no se les conocía el rostro. En algunos casos aún se ignoran sus alias y se desconoce si participaban o no de sesiones de tortura. Se sabe con certeza, en cambio, que sin el aporte de esos anónimos oficiales que en las sombras del Batallón de Inteligencia 601 procesaban testimonios obtenidos a fuerza de picana, redactaban informes para destacamentos de todo el país y señalaban “blancos” que los grupos de tareas debían secuestrar, el mundo no hablaría hoy del genocidio argentino.

En el extremo superior de la cadena de mandos entre los condenados se ubica el general Cristino Nicolaides, jefe del Comando de Institutos Militares de Campo de Mayo al momento de los hechos. El sargento Nelson González contó hace diez años que fue Nicolaides quien ordenó fusilar a Ricardo Zuker y demás secuestrados en el polígono de tiro de ese centro de exterminio, el mayor del país. Ya en 1981 el entonces jefe del Cuerpo III relató orgulloso ante 600 personas la captura de “dos células guerrilleras” provenientes del exterior y agregó que “tuve oportunidad de hablar con uno de esos delincuentes”. Confesión de parte.

En el extremo inferior se ubica Julio Simón, el único policía condenado, único preso en Marcos Paz, único que no vistió traje para las cámaras y que no escuchó inmutable el fallo. Después de sobrepasar todo límite de crueldad y sadismo en el circuito Atlético-Banco-Olimpo, al Turco Julián le tocó custodiar –a su manera– a Silvia Tolchinsky, que sobrevivió para contarlo.

El coronel Jorge Luis Arias Duval, jefe de la central de reunión del 601 de la que dependían los grupos de tareas, se hacía llamar Ratón o Arizmendi. Tolchisnky lo padeció más de una vez. La primera le propuso dar una conferencia de prensa para desmentir la existencia de desaparecidos. La segunda le preguntó si le convenía comprar dólares y no ocultó su prejuicio antisemita. “Sos judía, tenés intuición económica”, dijo. Junto con el coronel Alberto Roque Tepedino, jefe del 601 aún impune, autorizaron a uno de sus hombres –que usaba el nombre falso Jorge Contreras– a brindar detalles de sus tareas mundanas al oficial regional de seguridad de la Embajada de Estados Unidos, James Blystone.

El personal civil de inteligencia Santiago Manuel Hoya se hacía llamar Pancho o Villegas. Tenía a su cargo grupos operativos y era jefe de quienes custodiaban a los cautivos. “Le tenían un temor reverencial”, recuerda Tolchisnky.

Sobre el jefe de operaciones Pascual Oscar Guerrieri, el jefe de la división Inteligencia General Subversiva, Juan Carlos Gualco, y los miembros de la central de reunión Carlos Gustavo Fontana y Waldo Carmen Roldán, las constancias más contundentes de su pertenencia a la asociación ilícita que derivó en sus condenas son sus propios legajos. Más que a cualquier otro, a ellos les cabe el anonimato del primer párrafo.

En agosto el Ejército respondió al juez que el Batallón de Inteligencia 601 era “una formación” encargada del “proceso intelectivo” que consiste en “el análisis de dos o más informaciones”.

Bastante más útil para comprender qué fue en los hechos el Batallón 601 hasta su clausura a fines de 1985 y por qué ocho de sus ex miembros no podrán salir más a la calle son sus propios documentos, que detallan los secuestros pero no el destino final de sus víctimas, y sobre todo los desclasificados del Departamento de Estado norteamericano, inobjetables aún para los propios imputados.

En abril de 1980 los oficiales de la Embajada de Estados Unidos tomaron nota sobre caídas de militantes, apuntaron que “la operación había sido desplegada por el Batallón de Inteligencia 601” y que los cautivos estaban en la “prisión secreta de Campo de Mayo”. Dos meses después el oficial Blyston deja constancia de que nuevos cautivos “serán interrogados y –he aquí la palabra clave– desaparecidos permanentemente”. En agosto los norteamericanos llegaron a considerar que la junta era “prisionera” de las decisiones del 601, que el gobierno “ha sido avergonzado e importunado” por su trabajo sucio y, precisaron, “la desaparición es trabajo del 601”.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Pocos suicidios

Por Diego Martínez

Desde que concluyó la guerra de Malvinas se suicidaron alrededor de 400 ex combatientes. Más de 6000 veteranos de Irak y Afganistán, la mayoría de entre 20 y 24 años, se quitaron la vida cuando volvieron a su patria. Entre los represores rioplatenses, en cambio, es regla esconder la cabeza, dejar correr el tiempo, envejecer y operar en las sombras para espantar cualquier esbozo de justicia. Escasas excepciones la confirman.

El coronel César Emilio Anadón, ex jefe del Destacamento de Inteligencia 141 de Córdoba y su centro de exterminio La Perla, se voló el cráneo con una pistola nueve milímetros mientras gozaba de prisión domiciliaria. Estaba enfermo y deprimido. Cuando la policía golpeó su puerta para llevarlo ante el juez a dar explicaciones sobre sus crímenes en Automotores Orletti, el coronel uruguayo José Antonio Rodríguez Buratti pidió “un momento para armar el bolso”. Buscó una pistola y se mató. Al enterarse del pedido de captura del juez español Baltasar Garzón el prefecto Juan Antonio Azic caminó hasta una clínica, se sentó en un banco frente a la imagen de la Virgen Stella Maris –patrona de la Armada sin su consentimiento– y se disparó en la boca con su nueve milímetros. Aún vive.

A diferencia de argentinos y uruguayos (de este lado del río hay 336 detenidos y otros 82 están procesados sin preventiva), pocos nazis vieron de cerca la posibilidad de ser juzgados y condenados. Según la secretaria de Adolf Hitler, cuando el Ejército Rojo estaba a pocos metros su jefe ingirió cianuro y se disparó con una pistola en la sien. Antes hizo matar a su perra y ordenó ser cremado para que Stalin no lo exhibiera como trofeo de guerra. A Eva Braun la cápsula la mató antes de agarrar el arma. El ministro de propaganda Joseph Goebbels y su esposa Magda fracasaron en el intento de persuadir a Hitler para que no lo hiciera. Ante el hecho consumado vistieron a sus seis hijos –de 5 a 12 años– con pijamas blancos, los acostaron y le ordenaron al médico de Hitler que les suministrara cianuro enmascarado en chocolates. Salieron del bunker y se dispararon mutuamente. El comandante supremo Hermann Göring fue condenado a morir en la horca por el Tribunal de Nuremberg. Dos horas antes de la ejecución se quitó la vida con una cápsula de cianuro. Nunca se supo cómo llegó a sus manos.

“Fisurar el muro de impunidad golpea el poder”

GRACIELA DALEO

“En el caso López eligieron la desaparición, eje de la represión. En el de Febres, el cianuro. Un plus cuyo destinatario específico son los militantes de los ’70”, asegura esta sobreviviente de la ESMA. Y vuelve sobre el reclamo de cárcel común para los represores.

Por Diego Martínez
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Perdió la cuenta de las veces que declaró como testigo pero no la perseverancia para exigir justicia. Graciela Daleo sobrevivió a la ESMA, volvió a ser detenida en democracia y rechazó un indulto de Carlos Menem. Hoy coordina una cátedra libre de derechos humanos y acepta dialogar sobre el actual proceso de justicia. Padeció al represor Héctor Febres durante su cautiverio en la ESMA y cree que el prefecto murió asesinado para enviar un mensaje múltiple: a los represores y a los militantes de los ’70. “Hay un plus macabro: somos las organizaciones populares las que debemos plantarnos frente a las instituciones para pedir que garanticen que lleguen vivos a escuchar la sentencia.”

–¿Cómo recibió la noticia de la muerte de Febres?

–Me sorprendió, me dejó perpleja y me generó interrogantes múltiples. ¿Muerte natural, suicidio o asesinato? Al menos esa pregunta se develó: murió envenenado con cianuro.

–¿Tiene alguna hipótesis? ¿Murió o lo mataron?

–Tengo apenas impresiones, relacionadas con la significación del personaje, su pertenencia y responsabilidades. Este desenlace ratifica cuán justa es nuestra exigencia de que los asesinos estén en cárceles comunes y custodiados por penitenciarios. Eso no garantiza sus vidas, porque en las cárceles los presos mueren asesinados por el Servicio Penitenciario, incluso quemados vivos. Pero la muerte de Febres demuele el argumento del juez Sergio Torres de “garantizar la seguridad de los detenidos”. Se lo hemos planteado en persona.

–¿Qué respuesta dio?

–Ninguna. Desde 2003 cuando empezaron las detenciones vivimos ese silencio como una burla a la lucha por juicio y castigo. Que sean cuidados por sus pares y reciban visitas sin control son lujos de los que ningún preso dispone. Ni siquiera de cárceles dignas disponen los presos comunes.

–¿Conocía los privilegios que tenía?

–Sabíamos cómo era el lugar, no sobre el acceso irrestricto. Si no fuera una ofensa sería risible. Es asombrosa la cantidad de visitas a médicos, dentistas, oculistas, sólo les falta ir al pedicuro. Pedimos que se investigara el significado de tantas visitas a médicos privados sin control serio y fehaciente. Intuíamos las condiciones de presos VIP porque sabemos que así se los atiende. Leer el reclamo de celular, Internet, mingitorios y más ventanas de los marinos trasladados a Campo de Mayo es una mofa. Significa que antes los tenían.

–No todos los jueces admiten privilegios. ¿Por qué ocurrió así en este caso?

–Es una respuesta que debe dar el juez. Ocupamos lugares distintos: él decide, no es algo que suceda naturalmente. Pero es imperioso que el diseño de las detenciones sea concienzudo. Cárceles comunes no puede implicar formar clubes de represores, como se plantea en Marcos Paz, donde el director llegó a hablar de “presos políticos”. Se tomó la decisión correcta de separarlo, pero queda claro que no es un caso aislado.

–¿Dónde deben estar presos?

–Si los juzgados están en Capital tienen que estar en Villa Devoto o en cárceles para procesados a disposición de la Justicia federal, igual que cualquier preso.

–Reitero la pregunta: ¿cuál es su hipótesis sobre la muerte de Febres?

–Mi impresión es que fue asesinado. Le hicieron tomar cianuro. El primer destinatario del mensaje son los propios represores. No creo que fuera a hablar porque nunca dio un dato útil. El mensaje para ellos es “ojo con lo que hacen, el pacto de silencio sellado con la sangre se debe seguir manteniendo”. El segundo se relaciona con la elección del cianuro. Intentan mostrar que siguen siendo dueños de la vida y de la muerte. En el caso López eligieron la desaparición, eje central de la represión. En el caso Febres, el cianuro. Es un plus que tiene como destinatario específico a los militantes de los ’70. “Ustedes apelaban al cianuro para evitar que los torturáramos y matáramos, nosotros lo usamos para no ser sometidos al escarnio que significa ser condenados”. Ser perseguidos por la justicia es para ellos una forma simbólica o figurativa de muerte civil. Y hay otro plus macabro: somos las organizaciones populares las que debemos plantarnos frente a las instituciones para pedir que garanticen que lleguen vivos a escuchar la sentencia. El gran agujero negro del lunes es tener que aceptar que otro genocida murió impune. Por eso pedimos al Tribunal Oral Federal que considere probados los hechos, aunque no pueda leer la condena. Es paradójico: hay ascensos pero no condenas post mortem. Si el Tribunal Oral Federal 5 rechaza el pedido vamos a insistir en otras instancias. Si bien sobreseimiento no es sinónimo de inocencia, para el saber popular lo es, y en la historia no puede quedar inscripto que Febres fue inocente. Es responsable de centenares de desapariciones, torturas, apropiaciones, de todo el sufrimiento de nuestro pueblo y las consecuencias que aún padecemos.

–Antes de fin de año la Justicia dictará sentencia en el caso de Nicolaides y el Batallón de Inteligencia 601. ¿Es posible otro Febres?

–Me niego a pensarlo. La desaparición de López fue una trompada fenomenal al movimiento popular y uno se niega a pensar que pueda repetirse. Sólo sé qué debemos hacer: exigirle a las instituciones juicio justo y castigo rápido, pues las pruebas están sobre la mesa, y cárceles comunes. Esa red de exigencia debe ser cada vez más intensa y densa, para que quienes estamos más expuestos no sintamos que estamos solos. Nos toca un papel específico, pero la lucha es de todo el pueblo. Los casos López, Febres, las amenazas refutan la pretensión de que “están juzgando a estos viejos de mierda porque ya no joden a nadie”. No es cuestión del pasado. Fisurar el muro de impunidad golpea al poder. Y los poderosos responden.

sábado, 15 de diciembre de 2007

El misterioso participante argentino

EL ABOGADO GUILLERMO LEDESMA CONTO QUE SE REUNIO CON ANTONINI

Guillermo Ledesma, ex integrante de la Cámara Federal que juzgó a las juntas, estuvo en una de las reuniones con los venezolanos en Miami. Lo consultaron como penalista por la situación de Antonini.

Por Diego Martínez
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El ex camarista Guillermo Ledesma junto al ex fiscal Luis Moreno Ocampo, tiempo atrás.

El misterioso “individuo de la Argentina” mencionado en el informe que la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) presentó el miércoles ante la Corte de Florida y que el 27 de agosto se reunió en un restaurante de Miami con el empresario Guido Antonini Wilson –por entonces con pedido de captura internacional emanado de la Justicia argentina– es el penalista Guillermo Ledesma, el mismo que en 1985 integró la Cámara Federal porteña que condenó a Videla, Massera & Cía.

Un día después de la detención de Moisés Maionica, el abogado conocido de Wilson que lo convocó y lo recibió antes del encuentro, Ledesma envió a Página/12 una carta con pedido de publicación:

“Con motivo de la detención de tres personas en Estados Unidos vinculadas al affaire Antonini Wilson, de público conocimiento, se menciona la intervención de un argentino en una reunión celebrada en Fort Lauderdale en la que habrían participado el nombrado, el Dr. Maionica y otras dos personas.

“Dado que en todos los actos de mi vida profesional, tanto como juez cuanto en mi calidad de abogado, he actuado a plena luz del día, me veo en la obligación, por respeto al derecho de informar que hace a la libertad de prensa, valor sustancial en un Estado de derecho, a poner de manifiesto que el argentino presente en esa ocasión fui yo.

“He aquí los motivos: el estudio jurídico venezolano Di Vénere-Maionica-Rossini-Jelambi-Balestrini & Ribeiro se puso en contacto conmigo solicitando mis servicios a los efectos de que, como especialista en derecho penal argentino, respondiera a las inquietudes de Antonini Wilson en relación con la posibilidad de presentarse ante la justicia con motivo de la solicitud de captura que pesaba en ese momento sobre él con miras a la extradición que habría de pedirse por parte de la juez que intervenía en la causa por contrabando seguida contra el nombrado en Buenos Aires. Acepté la proposición y viajé a Miami, adonde llegué el 26 de agosto. Ese día me reuní, en el hotel en que estaba hospedado, con el Dr. Maionica y un socio, cuyo nombre no recuerdo, con quienes conversamos sobre los aspectos jurídicos vinculados a la situación de Antonini. Acordamos que al día siguiente me llamaría para reunirnos con éste y así fue.

“Me envió un automóvil que me condujo a un restaurante ubicado en una zona residencial de Ft. Lauderdale. Allí me encontré con el Dr. Maionica y nos sentamos a una mesa junto a una de las vidrieras que daban a la calle, en la que se hallaba una persona de alrededor de treinta años y, si mal no recuerdo, luego se nos unió otra. Al rato se hizo presente Antonini Wilson. Luego de la presentación que hizo el Dr. Maionica de mi persona y de mis referencias profesionales, la conversación se centró en la situación procesal de Antonini en la Argentina. Le señalé que era conveniente que no eludiera la acción de la Justicia. De ahí que lo razonable era, de acuerdo con mi experiencia, solicitar su eximición de prisión y que si se la concedían, cosa que era probable dada la pena del delito que se le atribuía, cabía el levantamiento de la captura internacional y que se le concediera autorización para salir del país durante el proceso. Con esas garantías su presentación carecería de riesgos. Desde entonces, la sugerencia nunca tuvo acogida.

“Recuerdo que también se habló de la oportunidad de esa eventual presentación en función de la situación política del país y de otras circunstancias que carecen de relevancia. En honor a la verdad, debo decir que, al menos en mi presencia, no se habló del destino que tenían los fondos que fueron secuestrados. El primero en retirarse de la reunión –en la que hubo un aparte entre la persona joven a la que me referí y Antonini Wilson– fue este último. Eso es todo.

“Saludo al director muy atentamente. Guillermo Ledesma”.

Contexto

La reunión del abogado argentino con el venezolano-norteamericano Antonini Wilson, su socio Moisés Maionica y otras dos personas se concretó once días después de que la jueza María Luz Novatti ordenara la captura internacional del empresario. Dos días más tarde, el 18 de agosto, el FBI informó a la Policía Federal que había ubicado a Antonini Wilson en Key Biscayne. Sin embargo, el dato sobre su paradero recién se hizo público el 27 de agosto, es decir el día de la reunión que detalla Ledesma.

Según la cronología del FBI, el 23 de agosto Franklin Durán le informó a su socio Antonini Wilson “la identidad del candidato” presidencial argentino que recibiría los 800.000 dólares de la “donación abortada”, le advirtió que “autoridades tanto de la Argentina como de Venezuela (le) harían juicio si decía que los fondos decomisados no pertenecían a él” y que sus futuras acciones “podrían poner en riesgo la vida de sus hijos”. Ledesma viajó el 26. No informa en su nota cuántos días antes recibió el llamado. Según el FBI, el cuarto participante de la reunión fue Durán, quien le habría advertido a Wilson que hacer público el propósito y el destinatario de los dólares “resultaría en la pérdida de la elección” del candidato presidencial. Durán le habría advertido a Wilson que “el pueblo de Venezuela y la Argentina” deseaban que no se conociera la verdad sobre el affaire Antonini. Ledesma asegura no haber escuchado ese fragmento de la conversación. El agente especial del FBI Michael Lasiewicki, redactor del informe, omitió consignar la identidad y la profesión del abogado argentino. También la sugerencia rechazada. Por razones comprensibles, tampoco especificó quién grabó los diálogos de Antonini.

El miércoles, los venezolanos Maionica, Durán, Carlos Kauffmann y el uruguayo Rodolfo Edgardo Wanseele Paciello fueron detenidos en Miami. El mismo día el FBI presentó una acusación formal ante la Justicia. Los acusa de trabajar como agentes encubiertos de Venezuela para encubrir el origen y el destino de los 800.000 dólares decomisados el 4 de agosto en el aeroparque Jorge Newbery. También incluyen en la conspiración al venezolano Antonio José Canchica Gómez, prófugo de la Justicia.

El mismo miércoles el fiscal federal adjunto Tom Mulvihill especificó que los dólares decomisados eran para ayudar “a la campaña de Cristina Kirchner”. La Presidenta calificó las acusaciones del FBI como una “operación basura”, advirtió que no se va a dejar presionar y defendió la relación del gobierno argentino con el presidente venezolano Hugo Chávez.

El lunes los cuatro detenidos tendrán su primera audiencia ante una Corte de Justicia de Miami. El 28 deberán optar entre declararse culpables y negociar una reducción de la pena o presentarse como inocentes y afrontar un juicio que podría llevarlos a la cárcel.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Presos en sus casas, en cuarteles militares y pocos en las cárceles

Sobre 339 represores presos, más de un tercio están en unidades militares. Un 35 por ciento goza de prisión domiciliaria. Hubo reclamos de querellantes, fiscales y el Ministerio de Defensa para que no están en unidades de las Fuerzas Armadas.

Por Diego Martínez
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Los restos de cianuro hallados en el cadáver del prefecto Héctor Febres reavivan el debate sobre lugares y condiciones de detención de los represores. Algo es evidente: el Estado falla. Con o sin el consentimiento de Febres, alguien ingresó cianuro al destacamento de Prefectura. Suicidio o asesinato, el Estado, con sus jueces federales a la cabeza, tiene el deber de dar explicaciones.

Desde la reapertura de la causa ESMA, tanto querellantes como fiscalía cuestionaron los privilegios de los imputados. En 2004, la Secretaría de Justicia y Asuntos Penitenciarios transmitió a los jueces su inquietud por los detenidos en bases de la Armada, Gendarmería y Prefectura. Al mes, el abogado Rodolfo Yanzón solicitó que ocho represores de la ESMA fueran trasladados a la cárcel de Marcos Paz. El juez Sergio Torres pidió informes y constató cómo vivía Febres: recepción, comedor, dormitorio, baño privado. El juez adujo “riesgos” y negó el pedido. Cuando el fiscal Eduardo Taiano le recordó que las cárceles argentinas son inhóspitas para todos, desempolvó otro argumento: “El rechazo que han generado en la opinión pública los hechos”, léase torturas y asesinatos. El rechazo no los diferencia de otros delincuentes presos, contestó Taiano. Fue en vano. El fiscal federal Félix Crous retrucó que se trataba de un privilegio insostenible, resabio de fueros derogados y competencias prohibidas. La Cámara Federal coincidió, a fines de 2005, y le ordenó a Torres que los marinos pasaran a ser custodiados por agentes del Servicio Penitenciario Federal, pero nada cambió.

Cinco meses después, la ministra de Defensa insistió para que los jueces reconsideraran la decisión de enviar genocidas a los cuarteles. La Constitución lo prohíbe, las funciones penitenciarias están vedadas a las Fuerzas Armadas y sus miembros tienen prohibido vincularse con detenidos, explicó. Pero el juez no modificó su postura.

El 17 de julio último, Garré convenció a Torres de trasladar a los marinos al Instituto Penal de las Fuerzas Armadas, la cárcel de Campo de Mayo, donde ahora los custodian agentes del Servicio Penitenciario. Sin celulares ni Internet, los oficiales navales no tuvieron mejor idea que presentar un hábeas corpus, recurso que se utiliza cuando se supone en riesgo la vida, la libertad o la integridad de una persona. Claro que la medida de Garré no alcanzó a Febres, que hasta el final siguió rodeado por sus camaradas de Prefectura.

¿Alguna razón justifica que los represores detenidos no estén en cárceles comunes? Fuerzas Armadas, de seguridad y policiales no disponen de la infraestructura propia de una penitenciaria. Sus hombres no se capacitan como guardiacárceles. Tampoco merecen semejantes compañías. Las leyes de defensa y seguridad vedan a las tres armas las funciones de custodia y seguridad de presos a disposición de tribunales ordinarios.

Sobre 339 represores presos registrados por el Centro de Estudios Legales y Sociales, un 35 por ciento goza de prisión domiciliaria, otro tanto está en unidades militares y el resto en cárceles comunes, categoría que incluye Campo de Mayo.

Los imputados por el fusilamiento de Margarita Belén viven plácidos en la Base de Apoyo Logístico de Resistencia. Toman aire en la plaza donde exhibieron los cadáveres y son servidos por soldados y suboficiales. El ex director de seguridad de Marcos Paz ordenó en marzo brindar un “trato privilegiado” a los genocidas. Los consideraba “presos políticos”. Cuando esto se supo, fue pasado a disponibilidad. Un fiscal denunció al SPF por obstaculizar la investigación para esclarecer la segunda desaparición de Julio López. La mayor parte de los policías provinciales procesados en el interior están detenidos en dependencias de sus propias fuerzas. Los privilegios parecen haberle jugado a Febres una mala pasada.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Alcides Bosch

LA MASACRE DE MARGARITA BELEN
Por Diego Martínez

Los actos por el aniversario de la masacre de Margarita Belén culminarán hoy con una buena noticia: el Equipo Argentino de Antropología Forense confirmó la identificación de Alcides Bosch, militante de la Juventud Peronista y más tarde de las Ligas Agrarias del norte argentino. Bosch fue secuestrado el 22 de noviembre de 1976 en Resistencia, transcurrió su cautiverio en algún centro clandestino aún no identificado y después de ser fusilado fue enterrado como NN, por orden del Ejército Argentino, en el cementerio San Francisco Solano de la localidad chaqueña.

En la madrugada del 13 de diciembre de 1976 miembros de la Brigada de Infantería VII del Ejército arrancaron de cárceles legales y clandestinas a 22 hombres y mujeres (el número preciso nunca pudo ser confirmado). Los fusilaron en un paraje de la ruta 11 conocido como Margarita Belén. “Cuando trascendió la masacre se me estrujó el alma”, recuerda María Isabel Francovich, compañera de Bosch y primera secretaria general de las Ligas Agrarias. “Desde ese momento comencé a armar la figura del desaparecido. Comprendí que si iban a detenernos era mejor huir y ser asesinados, para que al menos nuestra familia se enterara”, agrega.

La mayor parte de las víctimas fueron entregadas a sus deudos a cajón cerrado. En mayo de 2001 la causa de la masacre se reabrió a pedido del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). En 2005 por orden del juez federal de Resistencia Carlos Skidelsky el EAAF exhumó dos cuerpos, un varón y una mujer, enterrados como NN. Según una investigación de El Diario de la Región de Chaco, la mujer podría ser Ema Cabral, santafesina y esposa de Reinaldo Zapata Soñez, asesinado en el mismo operativo. El cotejo del ADN del varón con familiares de Bosch que colaboraron con la investigación permitió corroborar su identidad.

Alcides Bosch, Bocha para los amigos, nació en Las Mercedes, colonia rural de Villa Ocampo, en Santa Fe, el 10 de octubre de 1948. Según el periodista Raúl Borsatti, autor de Sólo digo compañeros. Vida y compromiso militante desde el norte de Santa Fe, cuando terminó el secundario se internó en el Seminario Diocesano de Santa Fe para formarse como sacerdote. Lo abandonó para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Católica. Hizo la conscripción en el Distrito Militar Santa Fe y tras algunos oficios terrenales en Reconquista se trasladó a Villa Ana, pagos arrasados por la Forestal en los años ‘30, donde se sumó al parque agrícola que dirigía su tío, el sacerdote tercermundista Rafael Yacuzzi. En representación de Villa Ana participó por primera vez de un congreso de las Ligas Agrarias del norte santafesino. El 22 de noviembre de 1976 partió a dedo desde Misión Lahisí, Formosa, hacia Resistencia. No hay testigos de su secuestro ni de su cautiverio. “Era un militante de tiempo completo. Voluntarioso, convencido, ponía el alma en cada tarea. Era afectuoso y cálido, siempre con una broma a mano, humor que heredó nuestro hijo”, recuerda su compañera.

Por la masacre de Margarita Belén hay once represores procesados. Desde abril de 2005 se encuentra prófugo el mayor Norberto Raúl Tozzo, dueño de medios de comunicación en las localidades entrerrianas de Monte Grande y Hasenkamp. Los actos por el aniversario concluirán hoy con una caravana hacia el lugar de la masacre. En el monumento que recuerda a las víctimas la agrupación H.I.J.O.S chaqueña agregará el nombre de Alcides Bosch.

domingo, 9 de diciembre de 2007

La otra cara de la Iglesia

LOS PASIONISTAS: LA CONGREGACION QUE COBIJO A LAS MADRES

En la Santa Cruz se reunían los familiares de desaparecidos durante la última dictadura. Allí nacieron la APDH y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. Allí también fueron secuestradas las Madres fundadoras de Plaza de Mayo. Una parroquia que mantuvo en estos treinta años su compromiso con los problemas sociales.

Por Diego Martínez
Imagen: Gustavo Mujica

La palabra refugio flota en el aire de la Santa Cruz. ¿Por qué se reunían las Madres aquí? ¿Por qué les abrimos las puertas?, titula el padre Carlos Saracini en la revista de la parroquia. ¿Los pasionistas están locos? “Sí, decididamente locos. Dicho con humildad, conociendo nuestras fragilidades, incoherencias, miedos y cobardías”, responde. Igual que hace treinta años, cuando la pluma del padre Federico Richards denunciaba desde The Southern Cross las atrocidades que la Conferencia Episcopal silenciaba, los escritos de la Congregación de Misioneros Pasionistas van por carriles alejados de la jerarquía. Desde sus páginas aún predican Angelelli, Mugica, Freire y se celebra la autocrítica del almirante Godoy: ESMA como “símbolo de barbarie e irracionalidad”, un descenso al fango de la historia imprescindible “para explicar las consecuencias de colocar el corazón y los pies entre los pobres”.

El padre Carlos tiene 43 años. Aparenta menos. Se crió en la manzana Santa Cruz, que incluye parroquia, colegio y la Casa Nazareth, cobijo de perseguidos de dictaduras del Cono Sur aun antes del golpe. En 1991 se ordenó sacerdote, vivió el menemato desde Montevideo y en 1998 volvió “a Potenciar –con mayúsculas escribe– la manzana”. Desde entonces vive “años pasionistas, muy apasionados”.

¿Certezas? Apenas tres: ser coherentes con el modelo de Iglesia que predica, hacer memoria de la pasión de Jesús y vivir una fe adulta, responsable de su libertad.

La historia

El lunes 3 el padre Bernardo Hu-ghes cumplió 74 años. Como agradecimiento escribió una carta a sus amigos. “Siento como un don del Espíritu haberme encontrado con Madres y Abuelas: no me permitieron ser indiferente”, apuntó. La espera incluye un bautismo a un joven que lucha por dejar la droga. Bernardo arma una ronda, conversa y se calza “la maxifalda” para cumplir con el rito. Después busca una habitación y se dispone al diálogo.

–¿Cuándo ubica los primeros refugiados?

–Cuando cae (Salvador) Allende, las familias chilenas. Muchos terminan en Suecia.

–¿Había espacio para todos?

–Sí, la manzana tiene varias bocas de expendio. La escuela, frente al pasaje que llamo “Historia Argentina” porque nace en Independencia y termina en Estados Unidos; el templo, el local de Alcohólicos Anónimos que los curas no usamos, el servicio social y la Casa de Nazareth, treinta habitaciones con baño.

Sin proponerlo la charla se desvía hacia Perón. “Fuimos a recibirlo las dos veces: la primera con lluvia, la segunda con sol y tiros. Los muchachos del barrio le dieron sentido religioso, me invitaron a rezar la noche anterior. En el camino una columna nos advirtió: ‘nos robaron la fiesta’.”

–¿Cuándo sintió miedo por primera vez?

–La violencia nos rozó con (Juan Carlos) Onganía. A pocas cuadras, en Filosofía y Letras, fue la Noche de los Bastones Largos. Después cuando involucraron al cura (Alberto) Carbone con el secuestro de Aramburu. Invitamos a orar y vino la policía. “¿Qué significa tercermundistas? ¿Quieren casarse?”, preguntó un cana. “Para eso no hace falta tanto lío”, le explicamos. No había que distraerse, era sacar el foco del problema.

Hughes fue párroco de la Santa Cruz durante nueve años, hasta mayo de 1976. La historia oficial dice que se exilió. “No me dijeron las intenciones”, relativiza. Cuando masacran a los palotinos le advirtieron “no vuelvas, va carta”. En Bogotá conversó con Eugenio Delaney, teólogo que tenía a su cargo la Casa de Nazareth, donde una bomba había servido de advertencia. “Ahí me desayuno que en Argentina hay centros clandestinos, parecía imposible”, recuerda.

El 8 de diciembre de 1977 Bernardo estaba en Montevideo. Como párroco lo había reemplazado Mateo Perdía, hermano del montonero. Junto con Delaney, el padre Richards, el rector del colegio Carlos O’Leary y el sacerdote Jorge Stanfield, Perdía –amigo de Adolfo Pérez Esquivel– fue quien abrió las puertas de la Santa Cruz a las primeras Madres. Allí nacieron el Movimiento Ecuménico (MEDH) y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH). También la Asociación de Trabajadores del Estado.

Y allí siguen firmes, junto con los obreros de Brukman, en la Multisectorial Vecinos de San Cristóbal o exigiendo desprocesar a los trabajadores del Hospital Francés, copado por gendarmes. Como señal de alerta, un documental que hizo el grupo de jóvenes del Area Social de la parroquia por los 30 años de los secuestros arranca con un graffiti de 1976, “Fuera curas comunistas”, y otro de 2007, “Viva Videla” junto con la placa que recuerda a los doce secuestrados de aquella noche.

El padre Bernardo tampoco baja los brazos. Pelea “en medio de esa guerra brutal entre pobres que es el negocio de la droga” en el barrio San Cayetano, a mitad de camino entre Zárate y Campana. “Es un barrio cerrado, porque no tiene entrada, y privado, privado de todo”, lamenta.

–La sacamos barata –concluye cuando mira hacia atrás–. El secuestro de esas doce personas no fue un golpe a nosotros. No es que sea insensible. Quiero decir que si hubieran querido también nos habrían llevado.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Por una larga temporada en la sombra

PROCESARON A PATTI POR ALLANAMIENTOS ILEGALES, SECUESTROS Y TORTURAS DURANTE LA DICTADURA

El ex intendente de Escobar seguirá alojado en el penal de Marcos Paz. Además de procesarlo, el juez Alberto Suares Araujo embargó sus bienes por dos millones de pesos. Está imputado por dos allanamientos, diez secuestros y dos casos de tormentos. También se ampliaron los procesamientos de Bignone, Riveros y Espósito.

Por Diego Martínez
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El ex subcomisario Luis Abelardo Patti, que fue procesado ayer, seguirá detenido en la cárcel de Marcos Paz.

Luis Abelardo Patti no vivirá una Navidad feliz. Un mes después de su rotundo fracaso como candidato a gobernador bonaerense por el PAUFE –obtuvo un pobre 2,48 por ciento de votos–, a trece días de una detención que no esperaba y a nueve de su primer cumpleaños –el 55– en “el pabellón de lesa de Marcos Paz”, como cariñosamente lo llaman los presos, el ex subcomisario de la policía de la provincia de Buenos Aires y ex intendente de Escobar recibió ayer el peor regalo de fin de año: el juez federal de San Martín Alberto Suares Araujo, que tiene a su cargo la megacausa por los delitos de lesa humanidad cometidos en Campo de Mayo, lo procesó con prisión preventiva por allanamientos ilegales, secuestros y torturas que lo tuvieron como protagonista hace treinta años, cuando era un joven pero ya destacado suboficial inspector de la maldita policía, y ordenó embargar sus bienes por dos millones de pesos.

Contra la pretensión de sus escasos pero tenaces seguidores, que pretenden encontrar motivaciones políticas para explicar el mal trago, la causa contiene una cantidad abrumadora de pruebas, recolectadas desde el momento de los hechos, cuando nadie podía prever su futura carrera política. “Durante ocho meses trabajamos intensamente con mi abogado. Leí su indagatoria y la enumeración de pruebas empezaba en la letra A y terminaba en la S, es decir casi un abecedario completo. Ni yo ni mis hermanos militamos políticamente, sólo exigimos justicia y actuamos en consecuencia. Por eso es injusto que se hable de persecución política”, explicó emocionada pero serena Juana Muniz Barreto, hija del ex diputado Diego Muniz Barreto, secuestrado en febrero de 1977, quien antes de ser torturado, adormecido y arrojado en un auto a un arroyo entrerriano alcanzó a escribirle a su esposa desde su cautiverio: “Movete rápido, estamos en Escobar, nos detuvo el suboficial inspector Luis A. Patti”.

Tal como documentó Página/12 hace un año, hasta la Nunciatura Apostólica registró el apellido del represor en 1977, al mismo tiempo que cometía sus tropelías. La familia de Muniz, en su incansable trajinar, denunció el secuestro ante la representación diplomática del Vaticano, que en un escueto informe firmado por monseñor Ubaldo Calabresi dejó asentada la participación de “una comisión policial a cargo del oficial que se identificó como Patti”.

La medida de Suares Araujo abarca los secuestros de Muniz y su secretario Juan José Fernández –salió vivo de aquel arroyo y antes de exiliarse asentó ante escribano su testimonio, incluido el paso por la comisaría de Escobar–, el asesinato de Gastón Gonçalves –secuestrado el 24 de marzo de 1976, cautivo una semana en un camión celular detrás de esa comisaría, asesinado el 2 de abril, abandonado al borde del río Luján, enterrado como NN en el cementerio de Escobar e identificado veinte años después por el Equipo Argentino de Antropología Forense–, las desapariciones de Carlos Souto y los hermanos Luis y Guillermo D’Amico y el secuestro de Osvaldo Arriosti, que también sobrevivió para contarlo e identificó al enérgico policía entre sus captores. Como agravantes, el juez subrayó su carácter de funcionario público y la utilización de violencia y amenazas durante los procedimientos.

“El procesamiento implica la confirmación de los hechos aportados en la instrucción y es el fruto de la investigación de las familias de las víctimas. Pero hay algo aún más importante: el avance en esta causa ya no sobre los autores mediatos de los crímenes sino sobre miembros de grupos de tareas y torturadores. Patti formaba parte de la primera cadena de la barbarie, la que secuestraba y trasladaba a sus presas a los campos de concentración”, analizó el abogado Pablo Llonto.

“Me emocioné otra vez. Dimos otro pasito. ‘Es una carrera de cien metros y recién vamos por los diez primeros’, como dice mi abogado”, sintetizó Juana Muniz Barreto. “Estamos viviendo un proceso notable, que ojalá otras familias puedan atravesar. Acompañar el camino de la justicia permite empezar a cerrar una historia de vida dolorosa. Luchar contra la impunidad genera paz, tranquilidad, no sólo para las víctimas y sus familias. Ninguna sociedad democrática puede madurar si tiene como base la impunidad”.

El procesamiento torna cada vez más lejana la posibilidad de que Patti llegue a ocupar su banca de diputado nacional, para la que fue electo con 400.000 votos en 2005, siempre en representación del Partido Unidad Federal. La cámara baja impidió su ingreso por carecer de “idoneidad moral”, el policía devenido en político trasladó el caso a la Justicia y ahora espera una definición de la Corte Suprema de Justicia.

Una vez que su defensor Silvio Duarte apele el procesamiento de ayer le tocará a la Cámara Federal de San Martín confirmar o rechazar la medida. No se trata de un tribunal bien visto por los organismos de derechos humanos: es la única cámara federal del país que avaló las leyes de impunidad, además de haber desprocesado a la directora del diario Clarín, Ernestina Herrera de Noble, apenas horas después de que sus defensores apelaran el procesamiento en la causa que investiga la posible apropiación ilegal de sus hijos adoptivos. Mientras tanto, Luis Patti pasará sus días en “el pabellón de lesa”, donde dispondrá de todo el tiempo del mundo para conversar con condenados como el ex jefe de investigaciones Miguel Etchecolatz y el ex capellán Christian Von Wernich.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

En la cueva del Cóndor

PIDEN ELEVAR A JUICIO LA CAUSA DE ORLETTI
Por Diego Martínez
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Automotores Orletti, centro de torturas y exterminio de la SIDE.

El mayor símbolo del Plan Cóndor –la coordinación represiva entre las dictaduras sudamericanas de los años ’70– llegará a juicio en 2008. El fiscal federal Federico Delgado solicitó ayer al juez federal Daniel Rafecas la elevación a juicio oral y público de la causa contra seis ex militares y agentes de inteligencia por los secuestros, torturas y asesinatos cometidos en Automotores Orletti, centro de torturas y exterminio de la Secretaría de Inteligencia del Estado, dependiente del Cuerpo I de Ejército, por el que pasaron más de 300 personas. Entre los imputados se destaca el ex personal civil del inteligencia del Ejército Raúl Guglielminetti, alias Mayor Guastavino, símbolo de la mano de obra de la guerra sucia reciclada en democracia –fue custodio del ex presidente Raúl Alfonsín–, detenido en agosto de 2006 en su quinta de Mercedes, y el ex servicio Eduardo Alfredo Ruffo, alias Zapato, mano derecha del célebre Aníbal Gordon, condenado en los ’80 por la apropiación de la hija de una de sus víctimas y prófugo durante años, hasta su captura en el selecto Barrio Parque en octubre de 2006. Otros diez represores procesados en esa causa seguirán esperando turno.

Automotres Orletti, como pasó a la historia –el cartel desgastado de donde surgió su nombre decía en realidad “Automotores Cortell”, apellido del dueño– funcionó a partir de junio de 1976 en un taller mecánico ubicado en Venancio Flores 3521, barrio de Floresta, bajo el mando del general Otto Paladino, entonces jefe de la SIDE, en coordinación con el Servicio de Informaciones de Defensa de Uruguay y en menor medida la Dirección de Inteligencia (DINA) chilena. Por sus salas de tortura pasaron secuestrados argentinos, uruguayos, bolivianos y cubanos. “Fue un lugar común para los torturadores sudamericanos”, apuntó Delgado.

Los imputados en esta primera etapa son el comodoro Néstor Horacio Guillamondegui y el coronel Rubén Visuara como ex jefes de la División Operaciones Tácticas I de la SIDE, el general Eduardo Rodolfo Cabanillas como jefe de la base “OT 18” (los tres “dirigieron el campo de concentración” y serán juzgados como autores mediatos), más los agentes de inteligencia Honorio Martínez Ruiz –preso por el robo de cajas de seguridad del Banco Nación cuando Rafecas ordenó su detención–, Guglielminetti y Ruffo por su participación directa en los hechos. El Pájaro Martínez Ruiz y Ru-ffo fueron sindicados por el fiscal por su actuación en 65 casos de secuestros y torturas. Les sigue Guillamondegui con 52 casos más el homicidio agravado de Carlos Santucho, hermano del líder del PRT-ERP, Mario Roberto Santucho.

Entre los 65 casos por los que deberán responder a la Justicia se destacan los secuestros y torturas de una treintena de militantes uruguayos que fueron interrogados en la cueva de la SIDE y luego trasladados hacia centros clandestinos de ese país, y el asesinato de Marcelo Ariel Gelman, hijo del poeta Juan Gelman, cuyo cadáver –junto con otros cuatro– apareció fondeado en el río Luján adentro de un tanque con cemento. También está incluido el secuestro del actor Luis Brandoni.

Delgado destacó en su escrito que después del golpe del 24 de marzo “el objetivo real” del gobierno de facto fue “desatar una feroz represión tendiente a despolitizar, desmovilizar y disciplinar a la población en su conjunto” y reiteró el criterio adoptado por distintos tribunales según el cual los secuestros y confinamientos en centros clandestinos implican por sí solos la aplicación de tormentos, es decir al margen de las torturas físicas puntuales en cada caso.

Existió “una maquinaria perfectamente delimitada, jerárquica y organizada”, con grupos de tareas y “normativas formales que cumplían la función de encubrir el accionar clandestino”. Subrayó que, igual que los oficiales nazis, los represores autóctonos no actuaron bajo coacción sino “con conocimiento y voluntad”, sin ignorar “la manifiesta ilegalidad de las órdenes que ejecutaron”.

Orletti funcionó poco más de cuatro meses, hasta que dos cautivos lograron robarles los fusiles a sus secuestradores y escaparon corriendo, desnudos, disparando hacia atrás con las armas de la SIDE. Tan rápido lo abandonó la banda de Gordon que treinta años después, durante una inspección ocular, se encontraron restos de documentos de inteligencia usados para tapar agujeros de bala. Al juez Daniel Rafecas le corresponde ahora dar el próximo paso.