lunes, 8 de agosto de 2011

El coronel Duret, en la senda de Carrascosa

Casación revisará la absolución de Alejandro Duret, imputado por secuestrar, torturar y asesinar a Carlos Labolita en 1976. La audiencia, oral y pública, es mañana al mediodía en Comodoro Py.

Por Diego Martínez

Foto de Marcelo Núñez

El 3 de julio de 2009, a cinco días de la derrota electoral del kirchnerismo, el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata condenó a prisión perpetua al general Pedro Mansilla por secuestrar, torturar y asesinar en 1976 a Carlos Alberto Labolita. Los jueces Alejandro Esmoris y Nélson Jarazo, con disidencia de Carlos Rozanski, absolvieron entonces al coronel Alejandro Duret, encargado de inteligencia del Grupo de Artillería Blindado 1 de Azul donde Labolita estuvo en cautiverio, reconocido por los policías que le entregaron al detenido y también por la madre y la esposa del militante de la Juventud Peronista cuando un grupo de tareas allanó la casa familiar con el secuestrado descalzo y encapuchado. La Cámara de Casación Penal revisará esta semana la absolución que represores y cómplices interpretaron como el comienzo del fin del proceso de justicia por crímenes de lesa humanidad. Mañana al mediodía, en una audiencia oral y pública en Comodoro Py, los jueces Mariano González Palazzo, Gustavo Hornos y Augusto Díaz Ojeda escucharán al fiscal federal Horacio Azzolín y al abogado querellante César Sivo, que exigen la anulación del fallo y la condena a prisión perpetua de Duret. También pedirán que se revoque el arresto domiciliario que Mansilla cumple en el piso 21 de avenida Dorrego 2699.

Labolita, de 23 años, casado con Gladis D’Alessandro, estudiaba sociología en La Plata y trabajaba en la petroquímica de Berazategui. Meses antes del golpe de Estado, por seguridad, la pareja abandonó su departamento. Se alojó primero en casa de Néstor y Cristina Kirchner, luego en una pensión. El 24 de marzo treinta hombres al mando de Duret secuestraron en Las Flores a Labolita padre, que estuvo cuatro años preso. El militar admitió por escrito ante el juez federal de Azul que “le tocó recibir el mensaje militar, secreto y encriptado” y luego “cumplir con la detención de Carlos Orlando Labolita”, y diferenció “el origen de la información” que ordenaba las capturas de padre e hijo. “La vinculada al padre tenía relación con su actividad docente y su actuación afín a promover la teoría marxista; de Carlos Alberto, el mensaje militar cifrado lo vinculaba a la actividad terrorista, sindicándolo como integrante de la Organización Montoneros”. Aclaró Duret que “al no ser hallado Carlos Alberto Labolita el día 24 de marzo, el personal policial quedó con la consigna de proveer cualquier noticia que hubiera respecto de su presencia en Las Flores”.

El 25 de abril, Carlos se animó a visitar a su madre. Media hora después lo detuvo la policía. El comisario Aníbal Lista declaró que tenía “expresas instrucciones” para capturarlo del teniente coronel Mansilla, jefe del cuartel. En la comisaría de Las Flores dejaron constancia que estaba “a disposición del área militar 125” y dos días después lo entregaron en la Sección Inteligencia del regimiento, a cargo de Duret. Dos policías que participaron del traslado declararon que Labolita no había sido golpeado, que alcanzaron a ver cuando dos uniformados lo encapuchaban y que les negaron una constancia de la entrega. Uno identificó en 1985 a Duret, dato que reconoció en el juicio cuando le leyeron su testimonio.

En la madrugada del 1º de mayo, una patota militar a cara descubierta allanó la casa de Las Flores. Llevaban a Labolita con las manos atadas, encapuchado y descalzo. “Hace cinco días que estoy en la parrilla”, le contó a Gladis, ambos en la cocina, mientras los militares buscaban “una valija con fierros” que no encontraron. Rosa Banegas, la madre de Labolita, reconoció entre los secuestradores sin uniforme al joven alto y rubio que había detenido a su esposo. Cuando las dos mujeres pidieron explicaciones en el cuartel, Mansilla les dijo que lo habían liberado. Nadie volvió a verlo. Sobrevivientes del centro de detención de Azul contaron que fueron interrogados sobre Labolita. “A ése ya lo tenemos”, les confió un torturador.

Rosa Banegas denunció la última visita de su hijo en 1981 ante el subcomisario Héctor Bicarelli, juzgado en estos días por delitos de lesa humanidad en Necochea. Aseguró que el joven oficial que se llevó a su esposo era el mismo que volvió con su hijo destrozado y que incluso lo increpó: “¿Qué buscás si ya estuviste acá?”, le dijo. El 9 de abril de 1985, en un careo frente a Duret ordenado por el juez federal Jorge Ferro, Rosa afirmó con certeza que era el secuestrador al que había denunciado en plena dictadura. Duret atinó a responder “casi con seguridad” que no había vuelto a la casa de los Labolita tras el golpe de Estado y, ante la firmeza de la mujer, concedió que pudo haber ido a buscar libros o documentos. La declaración se incorporó por lectura porque Rosa murió antes del juicio. Sus hijas y la mujer de Labolita, en cambio, describieron con precisión en las audiencias al joven rubio y alto que daba órdenes a la patota. María Inés Labolita lo reconoció en una foto durante la instrucción de la causa. Los legajos de los oficiales del cuartel en 1976, en tanto, permitieron descartar que hubiera otro militar con esa fisonomía.

Esmoris y Jarazo hicieron propios todos los argumentos del defensor de Duret. Dejaron de lado el testimonio de los policías que lo entregaron vivo, desacreditaron el de la madre, sugirieron que pudo haber más de un oficial joven rubio y alto en Azul, confiaron en la “precaria capacidad operativa” de la sección inteligencia descripta por amigos de Duret, y minimizaron el rol del militar que admitió haber sido encargado de inteligencia, que fue sancionado por saltear jerarquías para reportar directamente a Mansilla, que en 1978 ingresó a un grupo de elite especializado en “lucha contra la subversión” y al que tres sobrevivientes identificaron como quien los interrogó bajo torturas. “Los señores jueces han realizado un denodado esfuerzo analítico por destruir una por una las pruebas en contra del acusado”, escribió el fiscal Daniel Adler al apelar el fallo. “Si del conjunto de estas pruebas no puede deducirse una activa participación de Duret en los crímenes, sólo cabe esperar que un escribano certifique las acciones delictivas al momento de ser cometidas”, ironizó. El Tribunal de Casación Penal bonaerense anuló hace dos años la absolución de Carlos Carrascosa y lo condenó a prisión perpetua por asesino. El de Duret podría ser el primer ejemplo similar en un proceso por delitos de lesa humanidad.

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