Los referentes del ASD plantean la necesidad de que la Nación encabece una estrategia de democratización de las fuerzas de seguridad. “No controlar políticamente a las fuerzas importa una delegación que apareja subordinación y dependencia”, advierten.
Por Diego Martínez
A fines de
2009, un amplio abanico de referentes políticos, gremiales, académicos, del
ámbito de la Justicia y de los organismos de derechos humanos hicieron público
el Acuerdo para la Seguridad Democrática (ASD), documento de diez puntos que
cuestionaba “las respuestas estatales autoritarias e ineficientes frente al
delito” y hacía eje en la necesidad de transformar a las fuerzas de seguridad
en instituciones “comprometidas con los valores democráticos”. Cuatro años
después, tras la escalada de levantamientos policiales en distintas provincias,
varios de los especialistas y académicos que integran ese espacio retomaron el
diálogo formal con el Gobierno al ser recibidos por el jefe de Gabinete, Jorge
Capitanich, a quien plantearon la necesidad de que el gobierno nacional lidere
una estrategia de democratización de todas las fuerzas, federales y
provinciales. “Entendemos que el Estado nacional tiene la potestad política y
la legitimidad para intervenir a partir de su responsabilidad internacional en
materia de derechos humanos, pero también por experiencias exitosas en el marco
del Consejo de Seguridad Interior”, explica el criminólogo Enrique Font,
profesor de esa materia en la Universidad Nacional de Rosario. “Encontramos
amplia disposición para atender las propuestas del ASD y una clara comprensión
del tema”, rescata el ex fiscal Hugo Cañón, presidente de la Comisión por la
Memoria bonaerense. El encuentro concluyó con el compromiso de establecer una
agenda de trabajo que en principio propondrán académicos y especialistas de los
organismos.
El ASD, impulsado por el ex ministro León Arslanian y por
el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), se presentó el 29 de diciembre
de 2009 en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso con una inusual adhesión
de dirigentes oficialistas y opositores, que suscribieron el documento y
posaron detrás de los principales dirigentes del movimiento de derechos
humanos. Frente al tradicional discurso de mano dura y a las propuestas de
darles más poder a las policías, puso el acento en la necesidad de un verdadero
control político de las fuerzas, en la formación y profesionalización de los
funcionarios policiales, en la descentralización de la organización policial y
en terminar con el esquema delegativo de la seguridad en policías que se
limitan a regular negocios ilegales.
Hugo Cañón |
“El ASD logró un amplio consenso en la necesidad de ir a
fondo, pero no ha sido considerado prioritario” por el Gobierno, admite Cañón,
titular de un organismo que denuncia sistemáticamente violaciones a los
derechos humanos en la provincia de Buenos Aires. “Hoy resulta impostergable”,
alerta. “No controlar políticamente a las fuerzas importa una delegación que apareja
subordinación y dependencia. Mucho sabemos de condicionamientos al poder
político por parte de corporaciones y grupos concentrados mediante golpes de
mercado o campañas destituyentes. Hoy las desestabilizaciones institucionales
no se realizan mediante las Fuerzas Armadas sino mediante las policías, como se
ha advertido en Ecuador y Bolivia, según la nueva línea del Norte que reemplazó
la doctrina de la seguridad nacional por la de seguridad ciudadana”, explica.
“El ASD fue una herramienta importante para poner sobre
la mesa y cuestionar los discursos que sostenían que el único modo de responder
a la demanda de seguridad es con mensajes de endurecimiento y contraponiendo
seguridad vs. derechos humanos”, explica Paula Litvachky, del CELS. “Fue
positivo a nivel discursivo, de paradigmas y modelos políticos, ya que hoy está
instalada esta mirada con contenido democrático de la seguridad. Lo más
dificultoso es avanzar sobre reformas específicas en las propias policías y en
políticas de mediano y largo plazo”, dice.
Paula Litvachky |
Los levantamientos de diciembre, que incluyeron
extorsiones a gobernadores y saqueos fogoneados por uniformados, fueron el
disparador del encuentro con Capitanich. “Los levantamientos mostraron una
situación límite, son la expresión cruda del ‘manodurismo’ que ejercita la
ilegalidad, regula el delito y condiciona al poder civil”, resume Cañón. “Hubo
una respuesta coyuntural, se generaron acuerdos problemáticos que ahora hay que
ver cómo se reconducen, pero lo central es la necesidad de una salida política
que implique retomar el trabajo sobre la gobernabilidad de las policías
–plantea Litvachky–. Esos acuerdos no pueden quedar como una claudicación
política, y para que eso no suceda hay que fortalecer el gobierno político y
rediscutir el modelo policial.”
Enrique Font |
Si bien la seguridad es una facultad que las provincias
no delegaron en la Nación, Font apunta “dos argumentos sólidos” para
fundamentar que “el gobierno nacional puede liderar una estrategia de
democratización de fuerzas provinciales sin erosionar esa responsabilidad
prioritaria y primaria”. Primero: el Estado nacional es responsable ante los
sistemas interamericano y universal de los derechos humanos por las violaciones
que comete cualquier agente policial o penitenciario. El segundo pasa por aprovechar
la Ley de Seguridad Interior y en su marco el Consejo homónimo, como ocurre en
salud, educación y otras áreas, donde los consejos coordinan los enfoques
nacionales y de las provincias. “El gobierno nacional ya lo usó
inteligentemente en gestión tres años antes de la creación del Ministerio de
Seguridad, con Héctor Masquelet, secretario del Consejo y luego de Seguridad
Interior, que llevó adelante una política de construcción de consensos sobre
formación policial y para establecer lineamientos básicos con resultados
importantes”, destaca Font. “El Consejo está más asociado a situaciones de
crisis, complejas, pero puede tener un funcionamiento estable y servir para
llevar adelante políticas de fondo entre Nación y provincias, aunque es una
herramienta más”, explica Litvachky.
“Las dos líneas que el Gobierno podría liderar pasan por
la democratización de las instituciones policiales y el perfil profesional de
los policías, ambas adaptables fácilmente a un contexto como el de un consejo
federal”, destaca Font, quien confía en la posibilidad de avanzar. “El Gobierno
mostró capacidad para producir cambios en políticas de seguridad”, afirma, y
cita como ejemplos la creación de la Policía de Seguridad Aeroportuaria en
reemplazo de la militarizada Policía Aeronáutica, y antes “la sensibilidad
política que tuvo Kirchner al comienzo de su gestión frente a las muertes en
protestas sociales, con un trabajo efectivo sobre las fuerzas federales, pero
también presionando a las provincias para que no hubiera más víctimas”.