EXHUMARAN LOS RESTOS DEL ABOGADO RADICAL MARIO AMAYA
A 32 años de su muerte, exhumarán el cadáver para corroborar los testimonios sobre el maltrato que sufrió Amaya en sus últimos meses. Fue secuestrado por Adel Vilas en 1976.
Treinta y dos años después de su muerte, producto de las torturas que recibió en el Cuerpo V de Bahía Blanca y en el penal de Rawson, los restos del abogado radical Mario Abel Amaya serán exhumados para corroborar los testimonios sobre el maltrato que sufrió durante sus últimos dos meses de vida. La medida ordenada por el juez federal Hugo Sastre tendrá lugar el 18 de febrero en el cementerio de Luján de Cuyo, San Luis.
Abogado ejemplar, defensor de presos políticos y amigo personal del líder del PRT-ERP, Mario Roberto Santucho, Amaya murió el 19 de octubre de 1976 en la enfermería de la cárcel de Villa Devoto. Sus padecimientos habían comenzado dos meses antes, en la madrugada del 17 de agosto, cuando uniformados al mando del entonces mayor Carlos Alberto Barbot se lo llevaron de su casa de Trelew. El operativo había sido ordenado por el general Adel Vilas, segundo comandante del Cuerpo V de Ejército, e incluyó la detención en Puerto Madryn de Hipólito Solari Yrigoyen, otro abogado de presos políticos que había defendido al correligionario Amaya durante la anterior dictadura militar.
Los golpes comenzaron durante el secuestro, siguieron durante el vuelo a Bahía Blanca y se volvieron rutina en el Batallón de Comunicaciones 181, donde pasaron una semana junto a otros treinta cautivos. Vendados, encapuchados, atados de pies y manos, a los padecimientos propios se sumaron las violaciones de los militares a una mujer secuestrada, que Solari Yrigoyen relató en 1985 durante el Juicio a las Juntas.
De allí pasaron a La Escuelita bahiense. “Fue el descenso al infierno: gritos, llantos, asfixia, electricidad –recordó el radical–. Un compañero habló y lo mataron ahí mismo. ‘No jode más, fuera de combate’, dijeron.” “Como Amaya tenía asma debieron interrumpir los tormentos. No podía respirar, lo autorizaron a dormir sentado”, agregó.
Ante la presión internacional, el 31 de agosto el general Vilas montó una parodia para simular que habían sido secuestrados por desconocidos. Amordazados y encapuchados, los trasladaron en una camioneta del Ejército, los tiraron al costado de una ruta cerca de Viedma y fraguaron un tiroteo que concluyó sin víctimas y permitió blanquear a los abogados.
El 11 de septiembre, junto a un grupo de economistas de la Universidad del Sur, los hicieron formar fila en la cárcel de Villa Floresta y los cargaron como bolsas de papas en el avión que los trasladó a Rawson, donde “sufrimos el más feroz de todos los castigos”, contó Solari. “Vas a pagar lo que hiciste como diputado, el mayor te tiene entre ojos”, les confesaban los guardias en referencia a Barbot, autoridad militar de la zona que tras el retiro se dedicó a la seguridad privada. En el pabellón de presos políticos hablaron por última vez. Amaya tenía la cabeza partida, tanto que a su amigo le costó reconocerlo. “No veo. Estoy mareado. No me dan remedios. Me estoy muriendo”, fue lo último que le dijo.
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