viernes, 29 de febrero de 2008

“Sentía los temblores del miedo”

MURIO JUAN LORENZO BARRIONUEVO, CONOCIDO COMO JERINGA, EN LA ESMA

El enfermero que caminaba entre los secuestrados en el campo clandestino de la Armada y se jactaba de ser “dueño de la vida y la muerte” al aplicar el pentotal previo a los vuelos murió ayer, víctima de un cáncer fulminante. Estaba en libertad.

Por Diego Martínez
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Juan Lorenzo “Jeringa” Barrionuevo había sido reconocido por un sobreviviente de la ESMA.

En libertad, lejos de la sentencia pero condenado al ostracismo desde hace cuatro años, cuando trascendió su pasado en la ESMA, falleció a los 54 años víctima de un cáncer fulminante el suboficial retirado Juan Lorenzo Barrionuevo, más conocido como Jeringa. El enfermero que maletín en mano caminaba entre los secuestrados para curar heridas de picana cometió el error de abusar de su impunidad en 2003, cuando fue electo legislador de Tierra del Fuego de la mano del menemista Carlos Manfredotti. Su pasado se filtró, el sobreviviente Víctor Basterra lo reconoció, su imagen se vio en TV y allí culminó su vida pública. Siguieron el desafuero, el procesamiento, la prisión VIP, la excarcelación y la guarida final en su Tunuyán natal.

“Tenía miedo de que cuando llegara el momento no me iba a animar a empujar a la gente desde el avión. Pero me animé. En ese momento me sentía Dios, estaba en mi mano la vida o la muerte. Podía sentir la vibración de los cuerpos por los temblores que causa el miedo”, confesó Jeringa a José Luis Díaz, guardia del hospital de Ushuaia que declaró ante la Justicia.

Ser enfermero en la ESMA no era una oficio más. No sólo recorrer “Capucha” rodeado de personas con grilletes y cabezas tapadas es un trabajo atípico. También ayudar a revivir a secuestrados tras las sesiones de torturas para someterlos a nuevos interrogatorios, curar quemaduras de picana y, tal vez la labor más lúgubre, aplicar la inyección de “Pentonaval” para adormecer a las víctimas antes de cargarlas a un avión y arrojarlas al mar.

En 2003 Barrionuevo fue elegido legislador por el PJ. A principios de diciembre, Basterra lo encaró en una calle de Ushuaia y lo identificó. Lo había denunciado ante el Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels) en 1984. Cuando el programa Puntodoc mostró su rostro, lo reconocieron otros sobrevivientes, como Carlos Lordkipanidse y Carlos Díaz. Después de las sesiones de tortura, mientras le impedían tomar agua para evitar que reventara, una voz particular le dijo a Basterra: “¿Así que querés agua?”. Y le arrojó un balde de agua helada. Era agosto de 1979. Volvió a verlo por una migraña. Jeringa le levantó la capucha, pidió que no mirara, pero Basterra espió y alcanzó a divisar su nariz aguileña y el pelo lacio. Veinticuatro años más tarde volvió a reconocer su rostro y su voz.

Basterra junto con el Cels y la ONG fueguina Participación Ciudadana solicitaron su detención y pidieron a la Legislatura que no le tomara juramento. Se sumaron el ARI fueguino, la Secretaría de Derechos Humanos y la entonces senadora Cristina Fernández. El 17 de diciembre de 2003, con voto unánime, los legisladores decidieron no tomarle juramento, aunque mantuvo sus fueros parlamentarios. El juez federal Sergio Torres debió esperar el desafuero casi un mes para poder detenerlo. El 12 de enero de 2004 declaró durante siete horas, negó haber estado en la ESMA y quedó detenido en dependencias de la Armada. La Cámara Federal ratificó el procesamiento, pero poco después fue excarcelado. En marzo de 2006 Torres amplió su procesamiento por el caso de Lorkipanidse y Liliana Pellegrino y dictó su prisión preventiva VIP en la base naval de Punta Indio. Cuatro meses después los camaristas Martín Irurzun y Eduardo Luraschi, en tres carillas, dictaron su falta de mérito y ordenaron liberarlo. Se recluyó en Tunuyán, Mendoza, donde nació el 22 de diciembre de 1953. Hasta el final cobró una pensión como “ex combatiente” de Malvinas, pese a que nunca pisó las islas: durante la guerra fue enfermero del Hospital Naval de Ushuaia.

Mario Villani, sobreviviente de la ESMA, evitó referirse a Barrionuevo pero reflexionó sobre el significado de su muerte: “Es una lástima que por la lentitud de la Justicia mueran sin condena, pero hay una cuestión más profunda: la condena a lo que ellos simbolizan. Tipos como Barrionuevo pueden ser juzgados o morir sin que nos libremos de la peste de sus prácticas. Para eso hace falta que quienes ocupan el poder dejen de recurrir a sus métodos. Hay que seguir luchando para lograrlo”.

“No lo conocí, pero sé a qué se dedicaba: médicos y enfermeros tenían la función de inyectar a los compañeros para los traslados”, recordó Graciela García, también sobreviviente de la ESMA. “Un día me pusieron en una fila y nos inyectaron uno por uno. Llegué a ver la cara de quien inyectaba y lo reconocí años después en su consultorio: el doctor Carmelo Spatocco, ya fallecido. Aquel día lo acompañaban varias personas, tal vez alguno fuera Barrionuevo. Creo que su apodo no es casual. Hace referencia a su función: dormir a los presos para tirarlos desde aviones”, concluyó.

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